Tuesday, November 11, 2008

Viajar por dos duros

Murphy me trae por la calle de la amargura. El otro día, viendo las noticias en televisión, me entero de que las agencias de viaje han optado este verano por lanzar todo tipo de superofertones para rellenar como sea los huecos que la crisis ha dejado libres en los hoteles, los balnearios, los aviones, los restaurantes de lujo y hasta los chiringuitos de playa. Tras el suave mensaje de permítase un capricho, subyacía otro más rotundo: ¡No sea usted un pringao y gástese lo que no tiene en irse a la Conchinchina, aproveche la crisis para alardear de que usted sí que puede viajar, si no se va de vacaciones todo el mundo va a saber que está usted tieso, ignorante, échese la mochila al hombro y lárguese de una vez a vivir la vida que igual el año que viene está usted criando malvas! Vamos, algo lamentable. El único personaje o personaja que faltaba en aquella información era el señor o señorita dominicano o dominicana (uf, qué difícil y cansado resulta escribir en el ámbito o ámbita de lo ortográficamente dudoso o dudosa, pero políticamente correcto o correcta, yo paso) gritando eso de ¡olé, qué precios! Y es que con esto de vender como sea, las agencias se han vuelto locas y hay destinos para los que solo les falta ofrecer cheques en blanco a los que quieran viajar. Viendo tal desmadre, al final, me entró el coraje. Para un año que somos previsores y nos apuntamos a la venta anticipada con tal de que las vacaciones salgan más baratas, resulta que esta vez lo económico es esperar a última hora. Ay, Murphy, Murphy, ¡qué razón tenías! Esa noche, con el cabreo, acabé en La Corredera, olvidando mi ira al aire libre. Aquello estaba de bote en bote, no cabía ni un alfiler, así que me dije: España está en crisis, pero las crisis de ahora ya no son como las de antes. ¡Qué alivio!

Pasar de pantalla

El otro día leí una frase de Aldous Huxley que me tiene conmocionada. Era domingo, hacía calor. Me pilló en un día tonto, de esos en los que la marea existencial parece un tsunami y te agarras a un clavo ardiendo con tal de emparanoiarte con lo que sea. Decía tal que así: "¿Cómo saber si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta ". En ese caso, pensé, tendría razón de ser que viviéramos asediados por las enfermedades, el paro, la crisis, la pobreza y el hambre. Tanto sufrimiento no sería más que el peaje por alguna trastada anterior de la que solo nos liberaría la muerte. De hecho, sería lógico que no supiéramos nada de lo que viene después de ese trance porque, en caso de descubrirlo, nadie querría durar vivo ni tres telediarios. Tendrían sentido incluso las dimensiones tan inabarcables del universo. Mil infiernos y mil paraísos repartidos en un espacio infinito lleno de planetas. En medio de mis disquisiciones filosóficas de una profundidad tan profunda, alguien me sacó de mi ensimismamiento. "¡Estoy harto, quiero pasar de pantalla, no puedo más!". Era mi sobrino que, desesperado, tiraba al suelo la Nintendo. En ese mismo instante, la idea de Huxley, la teoría de Darwin y hasta la manzana de Adán y Eva me parecieron desfasadas en pleno siglo XXI. La clave era otra. Los seres humanos no somos más que los manejables personajes de un gran videojuego, lleno de buenos y malos predefinidos, en el que un dios, probablemente un niño de algún lejano planeta, nos ataca, nos mueve a su antojo, nos libera o nos hace sanar, pero, sobre todo, se afana por pasar de pantalla. Desde aquel fatídico domingo, no levanto cabeza. No sé qué hacer para distraer al maldito niño y que suelte de una vez la maquinita. A ver si nos deja vivir en paz.

Un concurso quiero

El otro día se confirmaron mis sospechas. No son imaginaciones mías, hay personas y caras que se repiten en los concursos de televisión. Me lo corroboró un amigo, que trabaja en la tele y además tiene una memoria fotográfica de elefante. Se trata de auténticos profesionales del casting y están por todas partes. Igual los ves una noche confesándose culpables ante preguntas del tipo "¿has dado alguna vez de comer excrementos a alguien de tu familia " o "¿te has hecho tocamientos en el probador de una tienda " en El juego de tu vida, que hacen gorgoritos en Factor X o buscan (supuestamente) pareja en Mujeres y hombres a la hora del café... Y si te descuidas, el mismo señor o señora se infiltra como personaje misterioso en Identity para asegurar que, en realidad, es un granjero/a que nunca ha salido de su pueblo y que ocupa su tiempo libre haciendo ganchillo y jugando a la petanca. De hecho, en internet hay páginas plagadas con nombres y apellidos de personas que dejan constancia hasta de su marca de desodorante mientras expresan su desesperada súplica para que los llamen de una cadena. "Me he tirado al hermano de mi novio y tengo un pasado de incesto familiar que estoy dispuesta a contar", leí el otro día a un potencial concursante de El juego de tu vida. Son auténticas hordas de frikis que, si no son raros, se lo hacen para poder llevarse la pasta calentita a casa. Al lado de estos personajes, los ratones coloraos que entrevista Jesús Quintero se quedan en gente corriente. Deben ser los efectos de la crisis. De la crisis y de que, nos guste o no, el trabajo puro y duro cada vez es menos popular, menos rentable y más improbable. Y si tus nietos no están orgullosos por lo que has hecho, no importa, porque ya se les pasará cuando los cubras de oro. Esto es vida.

Lujos en plena crisis

Esto de la crisis va a acabar con mi pelo, mi cara y mi look. Hace tanto que no renuevo mi fondo de armario... ¡Pero si estoy por raparme y comprarme un uniforme para ir al trabajo! La psicosis colectiva, lo confieso, se ha apoderado de mí. Sí, he sucumbido y ahora voy al súper con calculadora y hago toques con el móvil, cual colegiala, para que me vuelvan a llamar. Todo sea por ahorrar. Con lo que una ha sido... Con lo que yo he disfrutado tirando de visa... El otro día me descubrí a mí misma hablando con mi madre de la bolsa y se me pusieron los pelos de punta. La bolsa, esa cosa que nadie sabe explicar con palabras inteligibles y que hasta hace tres días era casi un expediente x para la gente de a pie, se ha convertido en tema de debate en las carnicerías. "Si sigue subiendo el euríbor, no sé qué vamos a hacer", escuché comentar a dos señoras en la cola del Todo casi 60. Por cierto, hay que ver lo socorridas que son estas tiendas en tiempos de crisis para superar el mono consumista. Vas allí, te compras un cortauñas rojo, un jarrón chino chulísimo, tres cajas de horquillas y una caja grande de cartón en la que no sabes qué vas a meter pero abulta tela y te vas a tu casa más a feliz que una perdiz. Y es que quien quiera que se haya propuesto asustarnos y que dejemos de gastar, lo está consiguiendo. Más de uno habrá sacado del banco sus ahorrillos (y digo ahorrillos porque los que tienen millones no creo que estén tan asustados) y los ha metido debajo del colchón. Como si estuvieran a salvo en caso de que se descuajaringue el sistema monetario. No es por romper la magia, pero si el sistema se va al garete, para mí que un puñado de euros, allá donde estén, serían calderilla. Así que no lo pienso más. Por si vienen tiempos peores, hoy mismo me voy a la pelu.

Pensar es bueno

Estoy en contra del aborto, el día del orgullo gay es un anacronismo, la custodia compartida es la mejor opción en caso de divorcio o soy mujer pero las feministas no me representan" son algunas de las opiniones que, en la España del siglo XXI, según nos han dicho, las mujeres modernas nunca debiéramos pronunciar. No sé quién se ha encargado de administrar en este país los principios que rigen el discurso de lo políticamente correcto, pero a mí hace tiempo que ese discurso me empezó a saturar, me aburre. No entiendo por qué es tan difícil de tolerar el pensamiento diferente, contrario, que no insultante, en una sociedad que hace bandera de la tolerancia, la diversidad y la libertad de expresión. Sobre todo, me pregunto porqué vale más fingir que uno es moderno de cara a la galería, aunque su comportamiento demuestre lo contrario, que expresarse de forma coherente. Pasó el otro día con el famoso libro de Pilar Urbano, en el que la Reina se despacha sin complejos sobre temas presuntamente escabrosos. Mil y un contertulios discutieron en televisión durante días la conveniencia de que Doña Sofía opinara de esto o de aquello, cuando lo que de verdad molestaba era que la opinión de la Monarca no era la políticamente correcta. Al margen de lo que diga la reina, cuya opinión me es indiferente, me rebeló la idea de que los españoles sigamos instalados en la dictadura de un pensamiento único, sea éste el que sea. Lástima que escuchar, discutir y pensar para llegar a conclusiones por uno mismo no esté de moda, que la educación en valores no fomente el razonamiento y que esa falsa idea de modernidad haya impuesto que la tolerancia solo consista en respetar al que piensa como yo. Lástima, en fin, que el pensamiento propio sea hoy día propiedad de otros.

Tuesday, June 10, 2008

Psicosis

Dios quiera que no haya nunca escasez de comida porque acabaríamos¶sacándonos los ojos para conseguir un paquete de garbanzos". Le salió del alma, sin pensar. Aquella mujer superviviente de la Guerra Civil escuchaba las noticias con atención, en las que se relataba cómo una huelga de transportistas estaba provocando en la población una especie de psicosis general que estaba dejando las estanterías de los supermercados vacías. Según el presentador del telediario local, que se limitaba a describir la realidad de las calles, quedaban "víveres" (lo descabellado de la situación inducía a utilizar un vocabulario proapocalíptico) para tres días, el combustible escaseaba y las frutas y verduras empezaban a ser artículo de lujo. Cientos de personas se habían atrincherado tras sus frigoríficos, rodeados por montañas de patatas, lechugas frescas y pimientos, esperando el desenlace. El Gobierno lanzaba mensajes confusos mientras la población, desacostumbrada a la crisis y mucho menos a pasar penurias, se convencía de que lo peor estaba por llegar. Las abuelas recordaban a sus nietos los días de "las hambres" mientras en las cocinas de las casas se imponía el racionamiento. En las últimas gasolineras abiertas, largas hileras de coches hacían cola para rellenar vidones del derivado del petróleo, en previsión de que pronto se creara un mercado negro con el que abastecer a los de sesperados. En pleno mes de junio, el sol se había ocultado, los restaurantes mostraban el cartel de "agotadas existencias" y los bares hacían su agosto con los partidos de Eurocopa restransmitidos en pantallas de plasma. La cerveza había multiplicado su precio por tres y los psicólogos se habían vuelto locos. Entonces, sonó el despertador y resultó que aquello no era un sueño.

Secretos de alcoba

Miss X creyó encontrar al hombre de su vida hace años. Se llamaba Ramón y era alto, fuerte y culto. No tenía pelos en la espalda, poquitos en el pecho y siempre la hacía reír. Era mayor que ella, más de lo que él quiso confesar nunca. Le dijo que se dedicaba a componer canciones macarras y sólo con mostrar sus dientes de color marfil a ella le parecía un hombre perfecto. Destilaba simpatía por los cuatro costados y se adivinaba en sus gestos que nunca le habían faltado mujeres a las que conquistar. Pero tenía una manía. Le gustaba desaparecer de vez en cuando. Él tenía pánico a ser previsible –decía--. Sin venir a cuento, cuando todo parecía de color de rosa, su móvil se desconectaba y era imposible encontrarlo en la faz de la tierra. Nunca esta oculto más de tres días. Después, solía aparecer con la mejor las excusas y la convencía rápido de que no había motivos para que ella se enfadara. Miss X sufría, pero estaba enamorada hasta los huesos. Después de unos meses de relación fatal, en los que se comían a besos por las esquinas, sin tiempo apenas para algo más que aprovechas los minutos como si fueran años luz, Miss X se quedó embarazada sin querer.
Lloró por las mismas esquinas por donde antes le había besado, desesperada al imaginar la imprevisible reacción de Ramón, del que intuía que le ocultaba algún secreto inconfesable. Cuando se lo dijo, él no supo qué decir. Se quedó mirándola a los ojos como si le hubieran clavado un puñal en el alma. Ella le tapó la boca, pero, ansiosa por saber lo que él pensaba, le dijo que hablara de una vez. Y él habló. Habló y lloró más de lo que nunca antes hubiera llorado. Cobarde. Tiritaba tanto que no era capaz de articular palabra. Ramón estaba casado. No quería ser padre porque ya tenía hijos de un amor oxidado con su mujer y sólo acertó a decir: lo siento. Ella dio a luz a un bebé precioso que él nunca pudo ver. Para Miss X, Ramón había muerto.

Por una sonrisa

Miss X lo conoció cuando aún era una adolescente. Él era unos años mayor que ella y lucía canas casi desde su primer encuentro. A ella le gustaron sus manos, grandes y de dedos largos, pero odiaba su forma destartalada de reír con sus amigotes cada vez que salía de la tasca, después de tomar sus impepinables copinas de Fino. No tenían hijos porque alguno de los dos era estéril, pero no quisieron averiguar cuál era el seco, así que nunca se hicieron las pruebas. Miss X se encargaba de acicalar la ropa de Ramón, le guisaba ricas lentejas y jugosos cocidos y preparaba la cama cada noche. Él le regalaba un beso y una carcajada envuelta en su aliento de borrachín antes de dormir. Cuando Miss X lo conoció, le gustó que fuera un hombre sin demasiados recovecos, humilde y sano. Trabajaba en el negocio textil de la familia y, de jovencilla, solía llevarla a los largos viajes que cada tres meses iniciaba en busca de telas nuevas. A Miss X le gustaba viajar más que ninguna otra cosa en el mundo. Al principio de su matrimonio, recordaba que había sido feliz. Luego Ramón empezó a beber más de la cuenta y ahora ya no era capaz de imaginarlo sobrio. A pesar de todo, nunca le había tocado un pelo –insistía a sus amigas--. “Es un hombre muy correcto”, recalcaba, “y hemos disfrutado tanto en nuestros viajes...” Las señales que lucía en los brazos y algún ojo morado del que habían sido testigo les hacía poner en duda lo que Miss X defendía con tanto ahínco. Una noche, la casa de los señores X empezó a convulsionar y los gritos retumbaron en Valdecasillas como una tormenta de granizo. Ramón había llegado tarde y, de la forma más correcta, quiso tener su ratito de juerga, pero Miss X se lo negó. Él montó en cólera y destrozó uno a uno cada plato de la vajilla nueva. Ella decidió dar media vuelta, cogió su maleta y cruzó en plena noche el pueblo en dirección a la carretera. Desde entonces, nunca más se supo de Miss X. A veces, llegan postales de los rincones más remotos del mundo hasta Valdecasillas. Ramón ha dejado el alcohol y ahora ofrece recompensa por tener noticias de ella. Algún forastero dice que la vio con un precioso bebé en los brazos, montada en un tren de mercancías. Sonreía.

Wednesday, May 28, 2008

Una de polis

Me he mudado. Acabé por irme de La Judería, agobiada del estrés de vivir en una zona tan super-super-protegida que es imposible aparcar tu coche a menos de 7 kilómetros de la puerta de casa. Ahora vivo en otro barrio y tengo cochera. Eso no me exime, claro está, de pagar multas por párking azul ni de que la grúa se lleve mi coche cuando le viene en gana. Sin ir más lejos, ayer lo retiré del depósito porque estoy fichada por la Policía. Tengo un pasado oscuro que sale en el ordenador chivato de los agentes cada vez que pasan por mi matrícula. Son cosas con las que los reincidentes de la zona azul tenemos que vivir. A lo que iba. Ahora tengo cochera, pero aparco en la calle. Resulta que, viviendo en una zona de esas que llaman pijas (la zona, no yo, que soy más de barrio que el autobús 16), vivo atemorizada por unos vándalos juveniles que le han cogido manía a mi Arturito (mi coche). Lo mismo me arrancan un limpiaparabrisas que cogen una llave cualquiera y me arañan el coche de cabo a rabo. Una (yo) que ha vivido siempre en zona polinganera se sorprende de que estas cosas pasen en áreas no periféricas. En mi barrio de toda la vida me robaban la radio o abrían el coche para intentar un alucinaje. Había un objetivo más allá de dar por allá donde la espalda toma otro nombre. Aquí no. Los vecinos sospechan (al parecer, no soy la única afectada) que los culpables son chavales, jóvenes, vecinos quizás aburridos de no hacer nada y que buscan nuevos retos. Supongo que se levantarán por la mañana pensando: "De reto, hoy no sé si rajar una rueda o aplastar un retrovisor". Y yo me pregunto si no sería mejor que el policía que toma nota de mis multas se diera una vuelta por mi cochera, aunque sea para jugar a los policías con los chavales.

La tortilla del revés

Antes de verlo en los medios, ya había oído hablar de varios casos cercanos. Pensé que eran excepciones. Ahora sé que la cosa está peor de lo que imaginaba. Y es que parte de las adolescentes españolas parecen haber entendido mal aquello de "las chicas son guerreras" y han decidido copiar los patrones del machismo más repugnante para convertirse en hostigadoras de sus compañeros a base de palos, un fenómeno incipiente y parece que creciente. Tan triste como conocer que un nuevo caso de violencia doméstica engorda las listas de mujeres víctimas de malos tratos, es comprobar que, justo cuando el Gobierno aprueba una ley para la igualdad, haya chicas de hoy y mujeres del futuro que dan la vuelta a la tortilla para aplicar los discursos hembristas de la peor manera que cabía esperar. Ante tal panorama, que puede que celebren ciertos sectores de la sociedad que apuestan por machacar al género masculino per se, la realidad es que hay padres y madres de hijos jóvenes que están viendo peligrar en las aulas la integridad de los suyos sin ley alguna que los asista. Y es que el sistema judicial ha optado, obligado por los acontecimientos, por defender a la mujer, sea cual sea su actitud, y abolir la presunción de inocencia masculina, obviando que la violencia no es exclusiva de un sexo. Esto que solo se justificaría en base a la reducción visible de muertes por violencia doméstica, está aniquilando el concepto de igualdad sin reducir las cifras de víctimas. Así, el sistema se resquebraja porque, cobarde, ha optado por el discurso políticamente correcto sin encarar de frente el de la igualdad, que no es otro que el que defiende que hombres y mujeres, siendo diferentes, debemos ser idénticos en derechos. Para lo bueno y para lo malo.

Ancianos recién nacidos

Los gajes de la vida y del trabajo me han llevado últimamente a conocer a personas muy muy mayores, auténticos monumentos vivos que esconden historias infinitas detrás de ojos de mirada perdida, de sonrisas desdentadas pero sin complejos, de huesos y músculos cansados. En el contacto con estos ancianos, la mayoría de espíritu más joven que el de ellos mismos durante su juventud, se ha dejado ver la esencia de la longevidad, algo que yo andaba buscando desde hacía tiempo. Y es que, observando el rastro de cientos de arrugas, me he dado cuenta de que la vejez es un momento mágico al que siempre se llega desnudo, tal cual se nace. He descubierto que, al cumplir muchos años, los seres humanos acabamos por renacer, volviendo a lo básico, al cariño como necesidad primaria. Anciano y bebé me parecen ahora almas gemelas que resisten, marcados por la dependencia y enganchados a quienes dedican su tiempo a alimentarlos, a asearlos o a velar su sueño. Puede que eso explique que abuelos y nietos se entiendan tan bien, tanto mejor cuanto mayor sea el uno y más pequeño el otro. En ambos umbrales, solo importa lo importante, se desvanecen así las preocupaciones absurdas de la juventud o de la madurez, cuando los intereses profesionales, el dinero o los amores tortuosos son prioridad. Llegado a cierto punto, la memoria de los ancianos parece vaciarse de recuerdos para llenarse de "los recuerdos", de la misma manera que la de un niño es un cajón vacío que solo se abre a los momentos imborrables. Y es que, queramos o no, la vida nos devuelve al punto de partida justo al llegar al final. Para empezar de cero. Como Antonia, que a sus 105 años, ha vuelto a gritar entre sueños "mamá". Aunque quien corra a verla sea su hija.

Llámenme hereje

Hay imágenes que valen más que mil palabras. No sé quién se inventó esa frase, pero me viene como anillo al dedo para hablar del Rocío, esa fiesta que cada año vivo, perpleja, por televisión y que imprime en mis retinas postales dignas de estudio. No me explico cómo es posible que haya asociaciones que se quejan del uso irracional de cabras, osos o animales varios en fiestas populares de aquí y allá y nadie abra el pico para denunciar lo que pasa en el Rocío. Se me pone el vello de punta solo de recordar a todos esos niños, muchos de ellos bebés, volando de mano en mano cada vez que los romeros (dispuestos a esgalasarse unos a otros) saltan la reja para sacar a la Virgen, más que a hombros, a tirones. Y luego llamamos fanáticos a otros..., que son fanáticos, pero ¿y esto qué En cualquier caso, lo peor de todo, teniendo en cuenta el cariz religioso que se supone al Rocío, es que, en lugar de potenciar el fervor y la fe de los que van por devoción, sea un escaparate del poderío económico que se exhibe en el camino, donde parece que solo tienen acceso las grandes fortunas o los que ahorran todo el año para ir en esas carretas de lujo, armados hasta los dientes con jamones de pata negra, tinajas de vino y potenciadores de la fiesta de cuyo nombre no quiero acordarme (me río yo de los excesos del botellón). Y nadie hace nada. Como dice mi amiga Juana, es normal que el Rocío sea objetivo número uno de la prensa rosa. Al fin y al cabo, famosos y famosillos acuden al camino, como abejas a la miel, para ponerse hasta las trancas y de paso aumentar su cotización. Y vamos que si la aumentan. Porque el Rocío está en alza y la religión no. Lo que no sabemos es si a la Iglesia le interesa el jolgorio y por eso calla y otorga, o si alguien acabará tomando cartas en el asunto.

Que no llegamos

Llevo un mes y medio recibiendo cartas de todo tipo de bancos que me ofrecen préstamos a precio de ganga. Cada vez que abro un sobre y veo "¡Tiene usted hasta 12.000 euros en media hora!" corro a una papelera, rompo el papel y lo tiro al fondo de la basura para evitar cualquier tentación, sobre todo teniendo en cuenta que se acercan las vacaciones. Yo no sé qué pasa en este siglo XXI que si, en verano, no viajas a más de 500 kilómetros de distancia, todo el mundo cree que tus vacaciones han sido un chasco. ¡Hasta tú mismo lo crees! Como alternativa digna a cruzar el Atlántico, solo vale pasar un mes en un apartamento a pie de playa a cambio de un mínimo de 2.500 euros por dos habitaciones. (Para eso, viajo). Qué digo yo, ¿dónde ha quedado aquella vieja costumbre de antaño de coger el coche el sábado casi de madrugada, con la nevera y los bocatas, y volver el sábado por la noche con la espalda achicharrada por el sol, y derrotada toda la familia por el efecto de las olas para reposar el domingo, sentados juntos en el suelo frente al ventilador con el cuerpo embadurnado en apestoso after sun ¡Qué daño han hecho la UE, las tarjetas de crédito y los pagos a plazo a este país! (antes obrero, ahora sibarita). El problema es que tan mal visto está quedarse el verano en casa que mucha gente se entrampa hasta las cejas para pasar el verano en Cancún o en Las Galápago. Ya ni los niños se conforman con ir a Fuengirola. Y los padres, que no se enteran de que no es bueno dar a los niños todo lo que piden, se esfuerzan para evitarles el gran trauma de no haber visto, pongamos por caso, las pirámides de Egipto antes de cumplir los 7. ¿Estamos locos El caso es que viajar está muy bien, pero si no se puede, no se puede y punto. Que luego viene septiembre, la vuelta al cole... y no llegamos.

Like a 'Rolling Stones'

El otro día estuve en Barcelona presenciando el concierto de una banda mítica del rock and roll de todos los tiempos, los Rolling Stones, verdaderos supervivientes de las modas perecederas que han conseguido enganchar a generaciones de padres, hijos y abuelos con un solo nexo común, la música. Entre el público, no solo había representantes de todas las edades posibles, sino que todos los presentes estaban entregados con la misma intensidad al arrebato que aquellos músicos de raza mostraron en el escenario. Todavía veo a ese Mick Jagger, a sus casi setenta años, dar botes y correr durante dos horas y media sin perder el aliento ni dejar el micrófono un segundo. Una, que nunca ha sido mitómana ni fan de ningún grupo más allá de mi Manolo García y que asistió al concierto, más que por iniciativa propia, por el ímpetu arrollador de una víctima de la gira fallida del año pasado que me acompañaba (en realidad, lo acompañaba yo a él), acabé seducida por el espectáculo y abducida, al modo extraterrestre, por el sonido en directo de aquellos auténticos monstruos del rock. Al llegar a Córdoba, un moderno seguidor del pop electrónico, de esos que miran por encima del hombro a todo aquel a quien no se le erice el cabello escuchando el rollo new age, nos preguntaba por el concierto de los abuelos con cierto aire de menosprecio. "A saber lo que se habrán metido por el cuerpo esos dinosaurios para aguantar". Como absoluta inculta musical confesa, no pude menos que alegrarme al comprobar que no soy la única inculta en estos temas. Me acordé entonces de un niño de cuatro años cuya canción favorita es aquella de Satisfaction y decidí que, puestos a elegir, de mayor no quiero ser modernita sino like a Rolling Stones.

Concentración

Ha sido entrar el calor y la redacción de este periódico está que echa humo. Cuando no llega alguien que pone El Fary con las botitas del toro a toda pastilla para disfrute del personal, va otro y enseña las fotos más ardientes de los San Fermines en corrillos de a siete o inicia una conversación de ésas sui generis en las que todo el mundo quiere participar. Ayer fue el turno del vello. Sí, el pelo del cuerpo (también llamado). Una incauta, hastiada por la calor, dijo aquello de "a este paso vamos a tener que venir en biquini", y de esta manera sirvió el plato en bandeja. Del biquini se pasó al triquini, de ahí al top less, al pepe less y, finalmente, al peliagudo tema de la depilación. Un compañero, muy gráfico en sus opiniones y conocido porque se autoproclama rompecorazones, empezó a hablar de sus gustos púbicos. "No soporto la depilación total, me parece de mal gusto, prefiero la masa arbórea". De ahí, entre pitos y flautas, pasó a hablar de su cuerpo serrano. "El otro día me di cuenta de que tengo algo así como un gato echado en mi espalda y nunca lo había notado". Entre las mujeres presentes, brotó la indignación. "Toda una vida depilándonos y este señor se puede permitir el lujo de ser una alfombra humana y no darse ni cuenta, qué envidia...". A pesar de estos pensamientos, nadie fue capaz de expresar su envidia, por remota que fuera, hacia un hombre cuya espalda es como la del hombre lobo. Lo que sí surgió fue una recomendación con su pelín de mala leche. "Ve a depilarte y verás qué bien". En ese momento, el gran jefe hizo acto de presencia y se acabó la conversación. En fin, que menos mal que ya mismo llegan las vacaciones y el reposo porque, con tanta calor, no hay manera de concentrarse... ¿Qué es lo que estaba diciendo?

A papá Juan

Desde que murió, hace ya veinte días, ando dándole vueltas a las palabras con las que despedir a Juan Vacas y siempre acabo rindiéndome al recuerdo callado... Lo conocí cuando ya había cambiado su cámara de fotos por un pincel. Con su despierta mano izquierda y una inmensa paleta de color, se afanaba en retratar la realidad de una forma hasta entonces desconocida para él, a través de la pintura. Su hija Marina le sirvió de guía espiritual en ese último paseo por el arte. Dibujaba despacio, con el mismo empeño con que aprendió a arreglar televisiones o a manejar el objetivo de sus cámaras réflex. Lo conocí también siendo abuelo por encima de todas las cosas. En mi memoria, siempre será papá Juan, rodeado de nietos e hijos, a los que apretaba la mano para decirles "estoy aquí", a los que hablaba sin palabras, con sus ojillos vivarachos, tierno y tímido. Llegué la última a la familia y él me tendió la mano para hacerme sentir bien. Me alegraba verle reír, tan serio como él era, y en su 84 cumpleaños, ya enfermo, le regalé un pajarito enjaulado que, al menor alboroto, empezaba a cantar como si de un jilguero de verdad se tratara. Él me regaló a cambio una de sus sonrisas. A veces, cuando llegaba a casa, sonaba el teléfono y una voz entrecortada me decía: "¿Ya estáis en casa ¿Y Juanito ... Ea, pues buenas noches". A pesar de su genio, de su sobriedad, destacaba en él su espíritu limpio, ése que inspira a los grandes. Agradecido, franco y modesto, podía presumir de tener virtudes de las que escasean en el mundo de hoy en día. Me recibió como a una hija y yo, que hace años perdí a mi padre, aprendí a llamarlo papá Juan. Por eso y porque aún no te has ido, hoy solo se me ocurre mandarte un beso. Confío en que tú me estarás sonriendo.

Un día en el hospital

Entrar en un hospital público español se ha convertido, con el paso de los años, en un viaje al pasado en la máquina del tiempo que equivale a un billete de avión al Tercer Mundo. Sales de un banco y entras en un centro hospitalario y te preguntas, ¿he cambiado de ciudad, de época o de planeta En una sociedad bautizada como del bienestar, llena de comodidades, de pequeños lujos que nos hacen la vida más fácil y encuadrada en pleno siglo XXI, no deja de sorprender que ponerse malo y recurrir a la sanidad pública, ésa que se paga con el sudor de todos los españoles a base de impuestos cada vez más altos, siga siendo un infierno insoportable al que se enfrentan cada día miles de personas necesitadas de alivio y no de problemas. En una ciudad pequeña como Córdoba, cuya población no llega a los 400.000 habitantes, parece inconcebible que para enfrentarse a una prueba rutinaria como un análisis de sangre haya que levantarse a las siete de la mañana para pillar un número y aguardar entre decenas de personas a que un señor vocee el tuyo. Eso por no hablar de las condiciones en que se encuentran los familiares de los pacientes, que además de tener que hacerse cargo del cuidado de sus enfermos, porque el personal no da para más, deben dormir, en el mejor de los casos, en sillones que parecen sacados de la serie Cuéntame. El bienestar brilla por su ausencia. Pero si la infraestructura sanitaria es deficiente, los servicios complementarios tampoco acompañan. Así, por poner un ejemplo, se da la paradoja de que un hospital del prestigio del Reina Sofía siga luciendo un párking que se inunda en época de lluvias, se atasca a diario y cuyo uso, para colmo, requiere pago previo. En fin, háganme caso y no enfermen, si no quieren ponerse malos.

Pensamientos únicos

España ha perdido los matices. Al menos, en lo que a pensamiento y política se refiere. Basta con colarse en cualquier foro de internet, con ver el telediario, hasta charlar con los amigos sobre algún tema que tenga cierta implicación socio-política para descubrir que los términos medios no existen. En este mundo lleno de banderas en pro del mestizaje, de la interculturalidad y de la tolerancia solo cabe decantarse en dos sentidos. O eres progre o eres facha. A quién votas, si es que votas, es lo de menos. Total, "todos los partidos hacen lo mismo..." Así, no vale ser un poquito de esto y otro poco de aquello. Nadie parece estar preparado para asumir que la personalidad compleja del ser humano permite que uno sea muy avanzado en unas cosas y muy poco en otras. Para ser progre, basta con poner a parir a los empresarios, al sistema educativo o a la Iglesia, decir que te gusta mucho ir de fiesta, que crees en el amor libre, defiendes a los inmigrantes o eres feminista. Por supuesto, no es necesario respaldar las declaraciones con actuaciones concretas porque nadie hace lo que dice. Para ser facha, la clave está en decir que crees en Dios (si vas a misa es peor), tener un boli del PP (aunque solo lo uses para escribir), vestir de chaqueta o ser contrario al botellón, criticar a los inmigrantes, a las feministas o defender el libre mercado. No se contempla ser homosexual, pero católico y contrario al aborto; o ejemplo de compromiso social y sindicalista, pero ni feminista ni machista y miembro de la liga anti alcohol y porros. En este mundo etiquetado, pedir eso, por lo visto, es pedir demasiado, como pedir demasiado es reclamar un partido de centro o un pensamiento mixto. Algo que nos saque de este largo y aburrido partido de ping pong.

Un mal día

Hoy he vuelto a trabajar después de un mes de baja y ya estoy de mala leche (perdón por la expresión). Con las ganas que tenía de volver al curro. Es broma, quién quiere trabajar pudiendo estar en casa, aunque también es verdad que quién quiere estar enfermo por muy cómodo que sea el sofá. El caso es que, al llegar a la redacción me he enterado de que este año no hay cena de Navidad, me he indignado al recordar en rueda de prensa que, aunque los centros comerciales se abarrotan en el día del señor, 14.000 cordobeses viven con menos de 400 euros, he leído en el periódico una oda a la princesa Letizia que me ha levantado el estómago y me han clavado 500 eurazos por un termo eléctrico. Y eso, por no dar más detalles. Hay días que es mejor no levantarse aunque estés de alta. La cuestión es que, al ponerme a escribir, me he dicho que lo mejor era abstraerme en un tema irrelevante. Pongamos por caso, la lotería, esa ilusión liberadora con la que soñamos todos en estas fechas. Y me ha surgido la gran pregunta: ¿Qué haría yo si me tocara, un decir, un millón de euros Y la inevitable respuesta: dejar de trabajar, comprar siete pisos y vivir de las rentas. En ningún momento he pensado en seguir con mi trabajo y donar el dinero a los que de verdad lo necesitan. Y eso que ahora que no tengo grandes excedentes despotrico tanto de quienes tienen pasta gansa y no la comparten. Me apuesto un brazo a que, salvo santos, ustedes contestarían lo mismo a la pregunta del millón. El género humano está plagado de mala gente, miserables egoístas que venderíamos nuestra alma por un boleto premiado de la ONCE. Menos mal que iba a hablar de algo liviano. En fin, ya lo dice el refrán: cuando estás de mala leche, todo sabe a agrio. Un mal día lo tiene cualquiera.

Un chófer quiero

Son las cuatro menos cuarto (de la mañana), sábado noche y no tengo coche. No me atreví a sacarlo de casa. Todo el mundo sabe que no hay sitio donde aparcar en el centro y que si te arriesgas a dejar el carro donde no debes puedes acabar recogiendo el vehículo en el depósito municipal, con menos puntos del carnet de los que tenías al salir de casa y, a poco que te hagan soplar, con una sentencia para ingresar en prisión por tasa de alcohol excesiva. Cualquiera se arriesga, así que me entrego al transporte público, es decir, al taxi porque bus nocturno aquí no hay. Hace un frío que pela y a altas horas de la madrugada, como ser humano que soy, me muero por meterme en el sobre. Salgo de un pub y grito ¡¡¡taxi!!!, pero el taxi no para porque va lleno. Así pasan uno y hasta dos más. Alguien dice "llama a radiotaxi y llamo", pero comunica, comunica y comunica. Las piernas las tengo heladas, me lanzo calle abajo. Mis amigos me siguen. La calle está desierta y el termómetro marca bajo cero. Ni rastro de taxis y el teléfono sigue comunicando. Mi casa está a tres kilómetros y mi cuerpo empieza a entumecerse. Sigo andando. Me viene a la memoria un coche oficial, un chófer que recoge a un concejal, a una delegada, a un alto cargo cualquiera para traerlo y llevarlo de aquí para allá. En ese momento me doy cuenta de que no voy en coche porque justo los que tienen chófer, los que dirigen el cotarro en la ciudad, en las carreteras o en el país me aconsejan que coja el autobús, el taxi o la bicicleta. Los que idean nuevas multas sin ofrecer soluciones. Me rebelo entonces contra el sistema y del mismo coraje entro en calor. Mi casa cada vez está más cerca y yo ya voy casi corriendo. Al despertar, tengo unas agujetas de la muerte y mientras me estiro grito. ¡Yo también quiero chófeeeer!

Dame un sobre de Almax

Tengo la sensación de que las familias solo nos reunimos para comer. Como que si no hay un plato, un perol o una barbacoa de por medio, la cosa no tiene gracia. Prueba de ello son estas fiestas navideñas en las que el leit motive de miles de unidades familiares, estén o no unidas, es compartir una mesa bien cargada de langostinos, jamón y demás comistrales en un ejercicio de gula irrefrenable. Todavía me da fatiga recordar un día cualquiera de Navidad. 25 de diciembre fun, fun, fun. Diez, quince, veinte personas se enfrentan a una mesa para ponerse tibios de un surtido variado de suculentos platos navideños made in madre. Todavía quedan secuelas del festín del 24 en las caras de los comensales, pero nadie quiere renunciar a los manjares expuestos. Tras lo salado, llega el dulce, el flan de huevo, la tarta de queso y el café. Alguien reparte sobres de Almax entre los presentes. Acto seguido, una voz recuerda que aún está pendiente hacer la lista de la compra para la escapada de Fin de Año. Empieza el tropel. ¿Qué comemos el domingo Tripas y tapas. ¿Qué cenamos Pon salchichas y sopa. Apunta yogures, galletas, frutos secos, latas, langostinos y bebida, ¡con algo habrá que regar tanto sólido! En ese momento, suena el timbre. Llaman dos veces y no es el cartero. Es la vecina, que pregunta si alguien tiene un sobre de Almax para su marido, que se encuentra algo indispuesto desde la comilona de la Nochebuena. La epidemia del ansia se extiende en el vecindario, en la comunidad autónoma, en el país. En medio del jaleo, una niña pone la tele. Busca dibujos animados, pero se queda parada en el telediario. "Cada año, mueren de hambre 6 millones de niños". Vuelve la cara y pregunta. "¿Por qué se mueren de hambre esos niños, por qué ". Nadie contesta.

Las dietas son para el verano

Dice mi médico que estoy "gordita". "Tiene un poco de sobrepeso, no está usted obesa, pero debería perder unos kilos" --dijo exactamente el muy insensato. ¿A quién se le ocurre soltar semejante ordinariez sin que nadie le haya preguntando al respecto El caso es que mi médico tiene razón, me sobran algunos kilos, qué le vamos a hacer. Y conste que la culpa no es mía. La felicidad es lo que tiene, que da mucha hambre. Y para una vez que soy feliz en la vida y, para más inri, encuentro a un hombre al que le gusto a pesar de no tener una 38, tiene que venir un médico a llamarme gorda. Tiene guasa. Una, que lleva toda la vida a dieta. Si yo no he estado flaca en mi vida, no lo voy a estar ahora. Todavía me acuerdo de mi época de colegiala cuando el mayor de mis problemas era decidir entre hacer caso a mi madre (que siempre pensó que los niños gordos eran los más sanos) y comer todo lo que me apeteciera, o cortarme con los bocatas de salchichón y las tortas de aceite para ver si mi silueta se estilizaba como la de una Barbie. Siempre ganaba el bocadillo, basta con hacer un recorrido por el álbum de fotos campestres familiar. Después, yo sola me consolaba: "No estoy gorda, es que soy muy grande y me pesan mucho los huesos". El que no se consuela es porque no quiere. Lo peor del caso es que, desde que el señor de la bata blanca me dijo que adelgazara, no paro de contar mis ganas de perder peso a las amigas, que parecen haberse puesto de acuerdo para hacer alarde de sinceridad, calladas como estaban las muy pécoras hasta ahora, para confesar que sí, "ahora que lo dices, te sobran unos kilillos". Entre tanta presión, he decidido pasar de todos y comer lo que me apetezca. Total, ya me agobiaré yo sola cuando llegue el verano.

Formas de ser mujer

Hace tiempo que observo los movimientos de las miembras de la Plataforma de Apoyo al Lobby Europeo de Mujeres. Intento averiguar el motivo por el cual, siendo yo mujer, soy incapaz de identificarme con su discurso. Ayer, durante un acto de la plataforma, lo descubrí. Me di cuenta de que hoy en día existen mil formas de defender la igualdad de oportunidades y de ser mujer que chocan de frente con los postulados de este órgano, a mi modo de ver, más interesado en el conflicto que en su resolución. Superada la generación de aquéllas que lucharon por la defensa de los derechos de las mujeres cuando éstos eran solo una ilusión y con un marco jurídico actual que reconoce (con más o menos reparos) que unos y otras somos iguales, ha llegado el momento de asumir que la sociedad "ha cambiado" y apostar por que hombres y mujeres sepamos "compartir" responsabilidades. Mientras tanto, desde este foro, que llega al extremo de promover que términos neutros como líder o joven cambien por lídera o jóvena, se insiste en dar fórmulas sobre lo que significa ser mujer y en perpetuar la idea de que hombres y mujeres somos mundos opuestos. Nada más lejos de la realidad. En el camino hacia la igualdad queda mucho por hacer, pero el trabajo de reflexión pendiente no es solo del bando masculino, que también. Aquellas cuya bandera no es más que el resentimiento, el complejo o el cabreo sistemático hacia el otro sexo, ni aportan lucidez a la cuestión, ni pueden representar a las mujeres en su conjunto. El problema, quizás, está en que las que han hecho de la lucha contra el machismo una forma de vida aún no han asumido que la igualdad, aquello con lo que soñaron, no es solo un ideal sino un futuro posible. Aunque eso, claro, acabe por pasarles factura.

Sobredosis

Ayer me fui a la peluquería. Necesitaba un remanso de paz en el que olvidar que estamos en campaña electoral y hablar de cosas más interesantes como el último hit en maquillaje para novias (por lo visto, se lleva el sombreado en negro, que da más profundidad a los ojos) o la ruptura sentimental de alguna famosa. Todo con tal de evadirme de la realidad. Y es que, después de cuatro años de precampaña, este esprint final se está haciendo muy cuesta arriba. Eso de poner la tele y encontrarte con que han quitado tu serie favorita para colocar un debate entre candidatos, o peor, el comentario del debate, del predebate y del postdebate, no hay quien lo aguante. Tanto hablar de crispación ha hecho que nos crispemos hasta en casa a la hora de comer. "Papá, pásame el pan", dice el hijo, al que el padre contesta: "Te lo doy si me dices a quién vas a votar". Ésa es otra. El voto ha dejado de ser secreto y todo el mundo quiere saber de qué color es el tuyo para echártelo en cara. "¿No me digas que votas a IU Pero si ésos están acabados, tío", escuché ayer en el autobús a dos colegas universitarios mientras dos señoras debatían sobre el look del presidente: "Yo no sé a quién votar, pero a Zapatero no porque esas cejas puntiagudas que tiene me ponen nerviosa", decía una mientras una chavalita, horas más tarde, en la cola del videoclub, confesaba a un amigo: "Como se entere mi padre de que voy a votar al PP, me mata". Y es que esto último está a la orden del día. Cantidad de jóvenes han decidido mostrar su rebeldía castigando a los padres con el voto contrario al que ellos quisieran, es decir, de padres progres están saliendo hijos peperos y viceversa, aunque más por confrontación generacional que por convicción política... Pero ¿qué hago , si yo no quería hablar de las elecciones...

Reflexión femenina

El sábado fue el Día de la Mujer Trabajadora y día de reflexión, todo en uno, y a mí me dio por reflexionar sobre las trabajadoras de mi género. El viernes fui a una rueda de prensa sobre este tema en un sindicato. Sindicalistas y periodistas allí presentes éramos todas mujeres, algo, por otra parte, bastante habitual. Cuando acabó la cosa oficial, nos enfrascamos en una conversación sobre la conciliación de la vida familiar y laboral, preguntándonos todas por qué resulta tan difícil para las empresas tomar medidas de este tipo que, además de hacer a sus empleados más felices, aumentarían el rendimiento. La inevitable conclusión es que los puestos de organización de las empresas están, mayoritariamente, ocupados por hombres, justo los que menos idea tienen de organizar. Ya sea por tradición histórica o por pura necesidad estratégica, han sido las mujeres (valgan aquí todas las excepciones posibles) las expertas en sacar tiempo de donde no lo hay para hacer mil y una cosas en el menor tiempo posible y, por tanto, somos nosotras y no ellos quienes poseemos las herramientas más afiladas cuando se trata de exprimir el reloj y sacar el máximo partido a las 24 horas del día. No hay más que dejar a un hombre al cargo de una casa para comprobar que para hacer las mismas tareas que hace una mujer a diario, y por mucha voluntad que pongan, ellos suelen emplear el doble de tiempo. Hasta la fecha, ellos no han desarrollado la visión práctica de conjunto que a nosotras nos sobra, ésa que les hace sentir desbordados cuando se les plantea un listado de lo que se supone que tienen que hacer. Si extrapolamos esta idea a la organización de una empresa, el caso es el mismo. La conciliación familiar y laboral requiere una visión global de necesidades para la cual las mujeres están mucho más capacitadas. Lástima que las empresas pasen por alto las potencialidades de sus empleados.

Preguntas difíciles

Ver el Telediario en los tiempos que corren con un niño pequeño al lado te pone a veces en situaciones la mar de comprometidas. Me pasó el otro día. Estábamos comiendo a eso del mediodía en familia cuando mi Juanmita, que a sus cuatro años es muy observador y siempre anda sacando conclusiones sobre el mundo que le rodea, escuchó que un hombre iba a traer al mundo un niño. Se quedó estupefacto y me preguntó: "Araceli, ¿un hombre va a tener un hijo , lo han dicho en la tele". Se refería al caso de la mujer transexual que, tras hormonarse para convertirse en varón, ha decidido embarazarse y paliar así los problemas de fertilidad de su pareja, una mujer, supongo que heterosexual aunque tampoco descarto que sea lesbiana. Bueno, mejor no entrar en honduras. Su padre y yo nos quedamos mirando intentando encontrar las palabras con las que traducir realidad tan compleja a un niño. "Es un hombre, pero también es una mujer", se me ocurrió decir. "¿Cómo va a ser un hombre y una mujer , eso no puede ser", insistió. "Verás, es que era una mujer y ahora es un hombre", intenté aclarar, acorralada entre el sentido común aplastante de la criatura y la rareza del tema que se trataba. La jugada era difícil, no solo había oído la noticia sino que había visto la foto del hombre y su tripita. Cada vez más tensos, recurrimos a la técnica del vuelva usted mañana. "Verás, cariño, es una cosa un poco complicada y difícil de entender, así que lo mejor será explicártelo cuando seas un poco más mayor". Aquello no le convenció mucho, pero decidió aplazar el interrogatorio. Ahora, en previsión de nuevas ofensivas, yo me pregunto ¿cómo explicar a un niño algo contrario al dictado de la Naturaleza para que lo asuma con naturalidad. Ahora comemos con la radio.

¿Alquilas o enriqueces?

Qué manía tiene todo el mundo con el piso en propiedad. ¡Con los precios astronómicos que se gasta el sector inmobiliario! Me faltan dedos en las manos para contar el número de amigas que han tenido que esperar durante años para, antes de casarse (ésa es otra, y lo digo desde el respeto, la costumbre del bodorrio, con el escaso índice de éxito que tiene el matrimonio), firmar el contrato que les ligará al banco casi de por vida (y digo casi porque supongo que habrá alguno que se jubile con la deuda saldada). Y eso, a pesar de lo bien que se vive de alquiler. Que se te rompe un grifo, llamas al casero y él lo arregla y lo paga. Que vives en San Agustín, en el Zoco o en Las Tendillas, me da igual, y te toca un vecino pelmazo, buscas otro piso y te cambias de comunidad. Que te quedas en el paro y la cuota mensual te queda grande, pues te buscas otro más barato y en paz. Y si el piso está amueblado, se ahorra uno comprar electrodomésticos, la mesa de camilla y hasta la obrita de rigor en el cuarto de baño. Bueno, tampoco es todo tan fácil y tan ideal, pero comparado con lo otro... sí. Me sorprende que, con lo caras que están las hipotecas, nadie quiera renunciar a tener una. Yo es que no lo entiendo. Debe ser que la gente no se para a pensar, con la euforia del casamiento, en que si uno se casa y se arrepiente, tiene la opción de recurrir al divorcio express y separarse en menos que canta un gallo, pero que separarse de la hipoteca es más difícil. Y es que, por mucho que duela reconocerlo, el lazo de unión con el banco es igual o más indeleble que el de pareja. En el resto de Europa, eso no pasa. Nadie tiene interés en comprarse un piso. Total, para que lo disfruten luego los descendientes... Y eso, si no nos meten antes en una residencia. Anda ya.

Mujeres madre

Existe un síndrome cada vez más extendido entre las parejas de hoy en día que, en muchos casos, acaba por convertirse en enfermedad y que, sin tratamiento, puede desembocar en fin irremediable de multitud de relaciones contemporáneas. Es algo a lo que yo llamo la epidemia de las mujeres-madre, cuyos síntomas se manifiestan de forma más evidente en el comportamiento de ellas, una vez dan el paso de conjugar el papel de esposa y el de madre del cónyuge. Hace treinta años, las mujeres, que habitualmente pasaban más tiempo con los hijos, eran las encargadas de su educación, de pedirles que recogieran el cuarto, que vieran menos la tele o estudiaran más. Por su parte, los hombres, que en su día fueron educados para ejercer como patriarcas, deben ahora compartir las tareas de casa, algo para lo que sus madres no le entregaron siquiera el manual básico de instrucciones. Así, la esposa de hoy, salvo excepciones, se ve obligada a reeducar a marchas forzadas al marido, quien, incluso cuando se entrega sin reparos a su misión de aprender las labores de un amo de casa, suele verse desbordado por las lagunas de su precaria formación. Además, como educar implica a veces regañar, muchas mujeres acaban transformándose en auténticas máquinas de reñir, en insoportables profesionales del reproche con quienes la convivencia se convierte en un suplicio. "¿Todavía no has tendido la ropa ", "la compra te tocaba a ti" o "¿cuándo piensas duchar a la niña ". Como amortiguador de esta realidad, solo caben dos opciones, contratar a un/a limpiador/a o poner en práctica aquello que dijo el poeta, "una pelusa, grande o chica, siempre puede esperar". Eso sí, preocupémonos todos de que los hombres del futuro traigan un manual bajo el brazo.

Enfermos de atar

No sé qué le pasa a los americanos, supongo que están muy enfermos, pero sabiendo que todo lo malo acaba viajando a este lado del charco, no está de más que nos vacunemos los unos a los otros, no vaya a ser que el mundo entero acabe sucumbiendo al virus del cinismo americanoide sin darnos cuenta. Lo leí ayer en el periódico mientras en el telediario de la mañana recomendaban a la audiencia seguir los pasos de una familia española adicta a las compras, que acababa de viajar a Nueva York para gastar en ropa y otros artículos más de 8.000 euros y ahorrar así unas perras gracias a la baja cotización del dólar. "Me he comprado este ordenador por 1.800 dólares, fíjate, y en España vale 1.600 euros, ¿a que mola " (¿ ). Los sabios encargados de revisar la decencia de lo que se emite en la santa televisión de los santos Estados Unidos de América (ya los quisiera para sí la televisión de El Vaticano) al parecer se han escandalizado al ver que en una serie se mostraba el culo de una señora. Y conste que la visión no era obscena porque el culo fuera feo, gordo o demasiado flaco, sino porque un culo, a ojos de estos señores, es "un aparato sexual" o "excretor" y eso en una tele no está bonito que salga. Yo me meo de risa. Los mismos supertacañones que dan el visto bueno a la emisión indiscriminada de imágenes de horror de la guerra de Irak, del hambre en el Tercer Mundo o que hacen la vista gorda a las cifras de muchos ceros de dólares que mueve la gran industria norteamericana del cine porno se llevan las manos a la cabeza porque verle el culo a una mujer adulta les parece inmoral. "¡Todavía no nos hemos repuesto del susto de verle una teta a Janet Jackson!", dicen que dijo uno de los moralistas de la tele norteamericana. Y se quedan tan panchos.

Un susto al alba

El otro día casi me muero del susto. Dormía yo tan profundamente como suelo cuando me despertaron unos cánticos que llegaban desde fuera de mi ventana. En ese estado indescriptible situado entre la vela y el sueño, creí que me había muerto y estaba presenciando las exequias de mi funeral. Voces que se me antojaron de ultratumba cantaban a viva voz aquello de "Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo y bendita tú eres entre tooooodas las mujeres...". El vello de la espalda se me puso de punta y creo que, en el trance, llegué a ver a San Pedro haciéndome la señal de la cruz. Viéndome viva, pensé que había sufrido una regresión a la España profunda de los años cincuenta y también me asusté. Tardé unos minutos en recomponer mi mente, aturdida por el inesperado impacto auditivo e incapaz de salir del sopor, para procesar los datos de aquella canción que, sin duda, me resultaba familiar. Se me representó entonces una lejana mañana cuando, de niña, mi madre (nada beata, pero sí muy de hacer promesas) me despertó bien temprano para acompañarla al Rosario de la Aurora, al que asistí en compañía de decenas de personas. Ya no recuerdo cuántas calles recorrimos aquel amanecer cantando, cual ánimas benditas. Desde entonces, nunca más he vuelto a escuchar esa música en directo. No sé qué hubiera sido de mí si no llego a recordar aquel día o si mi madre no me hubiera llevado a uno de estos encuentros de pequeña. Supongo que ahora no lo estaría contando, víctima de una parada cardíaca. Morir por creerse muerta. Lo raro del caso es que una noche sí y otra no me despiertan de madrugada las voces, el griterío, los portazos de los coches o los tiestos de los vasos del bar de abajo. Y de eso ya ni me asusto.

Ya no puedo más

Ay, qué sueño. La política no me deja dormir. Estoy que no quepo en mí misma de la sorpresa. Cada vez que un grupo político municipal anuncia un nombre para su lista me quedo con la boca abierta y tengo la quijada que se me va a salir de su sitio. Mi primer momento de estupor se produjo cuando me enteré de que Rafael Blanco iba a ser candidato a alcalde de Córdoba. "Pobre hombre", pensé, "con lo bien que estaba él en Madrid y lo devuelven a la política de pico y pala..." Luego me acostumbré a verlo en todas partes (y, cuando digo en todas partes, digo en todas partes) y ya se me hace difícil imaginar un acto cualquiera en el que ese hombre, como diría mi abuela, de calzón caído (no estaría mal que se pasara al pantalón de sastre) no esté presente.
Luego me enteré de que Ana Morales , esa concejala conocida en los mercados porque cada vez que habla sube el pan, volviera a ocupar puesto. Supongo que lo hizo tan mal que la han castigado repitiendo curso. Tampoco me dejó indiferente que José Joaquín Cuadra , el presidente de los taxistas, ni corto ni perezoso, se lanzara a la arena política, como si apatrullar a diario la ciudad no fuera ya un plato fuerte en sí mismo. Cuando ya creía estar curada de espanto, el comisario de la Policía Nacional, ese hombre de tono amable que en su día ostentara el premio Azahar por su intachable relación con los medios, va y abandona la porra para ocupar cargo en el partido más popular de la ciudad. Eso por no nombrar a Madruga y su estilo de márketing. "A quien Madruga..." ¡Qué potencial!
Entre tanto divertimento precampaña, estoy que no veo. Cada vez que cierro los ojos me visualizo ante las urnas intentando elegir papeleta y me da el insomnio. ¿Los podré votar a todos?

Sunday, April 08, 2007

Uf, qué hambre

No sé qué me pasa últimamente, pero me aqueja un complejo de hipopótamo del zoo. Tengo tanta hambre que abro la boca a todo lo comestible que se me cruce en el camino. Lo mismo da una gominola que un trozo de zanahoria que un montadito de anchoas con leche condensada. El caso es que en medio de este trance, que me trae por la calle de la amargura cada vez que pienso que el verano está a la vuelta de la esquina, el otro día me dio por irme a comer a un restaurante moderno. No sé si han probado la nueva cocina, pero a mí me entraron ganas de llorar. Para empezar, los platos están presentados de forma tan espectacular que te da pena hincarles el diente. Además, es todo taaaaaan pequeño que se te queda una cara de idiota... ¡Pero si he pedido un cocido, cómo me van a dar tres garbanzos con un trocito de patata y otro de tocino! No es de extrañar que al terminar solo pienses en irte de tapas a otro bar... Y es que el minimalismo imperante en estos restaurantes de última generación, todo sofisticación y elegancia, tiene un defecto muy grande. Se olvidan de que no todo el mundo que va a estos lugares acude para exhibir su último modelito de Zara, conocer a gente chupi, hacer amigos o hablar de trabajo. Hay muchos que van porque quieren comer. Lo peor del caso es que este tipo de cocina está extendiéndose como la pólvora y parece tener la intención firme de acabar con la comida tradicional. No digo yo que tal catástrofe esté a la vuelta de la esquina, pero se avecina, como el cambio climático. Yo estoy por encadenarme a una taberna con un cartel que diga ¡arriba el flamenquín, abajo las bolitas de fua de oca anoréxica! Y es que, encima de que vas a un restaurante, haces como que comes y sales de allí con más hambre de la que traías de casa, te clavan.

Ese olor a incienso

La Semana Santa me pone triste, vamos, aún más triste que la Navidad, que ya es decir. Al menos, en Navidad vienen los Reyes Magos con regalos, si hay suerte nieva, comemos grandes cantidades de turrón y jamón y, si tienes familia o amigos fuera, vienen todos de golpe. En Semana Santa, la cosa es distinta. En el mejor de los casos, tienes unos días de vacaciones, pero como, en lugar de ser costumbre, por ejemplo, ir de compras, leer o ir al cine, en estas fechas se impone sufrir, pues sufres. Es como que viene regulado por decreto y nadie puede protestar. Si no te gusta, te vas. Si te quedas, tienes que concentrarte en la pasión de Cristo y punto. Nadie te pregunta, pero si tú prefieres pensar en otra cosa no puedes porque no te dejan. Si sales a la calle a dar una vuelta, te encuentras con un paso y empieza el estrés. Te tienes que enfadar. Hay demasiados motivos. Si vas en coche, tienes que esperar colas porque las procesiones te cortan el tráfico, si vas andando tienes que abrirte paso entre cientos de peatones, si eres torpe o despistado te escurres con las pipas de los desaprensivos o la cera que dejan los nazarenos en las calles (que ya podían tener más cuidado), no puedes beber una cerveza tranquilo en un bar porque está todo abarrotado y, para colmo, todo huele a incienso. No sé exactamente a qué me recordará ese olor, debo tener algún trauma de la infancia o algo, pero me entran unas ganas de llorar cada vez que lo huelo... Es una mezcla de sentimiento y alergia. Eso por no hablar de las marchas procesionales a altas horas de la noche. Que tendrán su público, pero yo es que para dormir, prefiero el silencio. El caso es que los anti-Semana Santa somos minoría y ya se sabe. Mientras no hagamos una plataforma, no nos queda otra que llevar la procesión por dentro.

Tuesday, March 20, 2007

Entrevista completa al anónimo Doctor Perol



¿Qué personaje público cordobés le inspira mayor ternura?
Rivalizan por ese puesto el presidente de la Asociación de Peñas, D. Francisco Castillero y Olé –por su sutileza, por su elegancia, por su saber estar- y el guardia urbano ese del bigote, el sargento nosequé, el último de la estirpe de los hermanos Marx.
¿A cambio de qué estaría usted dispuesto a hablar así: cordobeses y cordobesas o jóvenes y jóvenas…?
A cambio de cualquier sustanciosa subvención que me convierta con gusto en marimacho de cuota.
¿A qué está usted esperando para dar la cara?
Al 2016.
¿Cuántas caras tiene el doctor Perol?
Bastantes. La esquizofrenia es lo que tiene.
¿Por qué doctor y no enfermero o jardinero o camarero o costalero?
Sueño constantemente con enfermeras del Reina Sofía con faldas muy cortas y generosos escotes.
¿Cuál es la política (mujer) con más glamour de esta ciudad?
Antonio Hurtado.
¿Quién le sugiere los temas que publica en su blog?
El mismísimo San Rafael.
¿Le da morbo escribir sin que se le vea la cara y mirar lo que dice la gente de usted, como un voyeur cualquiera?
Sólo cuando dicen cosas en lencería.
¿Quién tiene más poder en esta ciudad, los vecinos o las peñas?
Al igual que Ramón y Cajal u Ortega y Gasset, vecinos y peñas son ya parte del mismo apellido: vecinopéñez.
¿Cuál es el artículo que ha recibido más críticas y cuál el que ha pasado más indiferente?
Nunca se puede saber. El Perol Sideral no tiene contador de visitas. Si nos guiamos por los comentarios, el que más debate suscitó fue uno sobre San Rafael Gómez. Pero los comentarios no son una guía fiable, pueden enzarzarse pocas personas en un debate. Quizá un texto con pocos comentarios o ninguno se ha leído más, pero no hay manera de saberlo. En cualquier caso, este blog no destaca por tener demasiados comentarios en general.
¿Por qué hay tanta gente interesada en ser anónima en esta ciudad y que no firma los comentarios que firman en su web?
Se dejan contagiar por la velocidad y las prisas, le dan a “Enter” después de intervenir y se olvidan de ponerse “Chika_kaliente 21” o “Bien_Dotado_24cm”,
No sé porqué, pero imagino que es usted un hombre. ¿Cree que se puede identificar a un hombre o a una mujer por su forma de escribir?
Sin duda, aunque esto es muy políticamente incorrecto y no me van a dar la subvención de cuota de la que hablábamos. Si los hombres suelen tener la voz más grave y las mujeres más aguda, en la escritura sucede algo similar. Los campos de intereses, el tipo de sentido del humor, la manera de expresarse… hacen que tengan “voces” suficientemente diferenciadas. Pero eso es tan sólo un punto de partida. Después decide el talento, claro, como en un tenor y una soprano.
¿Cree que la mala leche es más frecuente en el género masculino o en el femenino?
Si hablamos de escritura, el hombre es más violento, más agresivo. Pero es una agresividad de taberna, un “eh tío, no me empujes, que te meto”, “eh, qué haces, no me toques”, “a que nos vemos fuera”. Puede haber algún golpe duro, pero es una violencia fundamentalmente estética. La escritora suele evitar ese tipo de estética, pero cuando se decanta por la mala leche no se limita a algún golpe duro, se entrega a esa pelea. No recuerdo nada más brutal que el titular de Carmen Rigalt al morir Carmina Ordónez: “Divina de la muerte”. Ningún hombre sería capaz de algo semejante.
Como doctor, ¿a qué personaje público diseccionaría para saber qué hay en su cerebro?
A esa concejala de Juventud que dijo que se fueran de Ciudad Jardín los vecinos si no soportaban el botellón. Un prodigio.
Mucha gente piensa que usted está cerca del poder, ¿cree que el poder corrompe? ¿Es usted tan fácilmente corruptible como parece?
Estoy cerca del poder cada vez que voy al banco a comprobar mi saldo, en ninguna otra ocasión. Bueno, una vez le di la mano a Castillejo el de Cajasur, y de la emoción no me la lavé en tres días. Y claro que soy corruptible. Aprovecho para pedir a Cajasur que me corrompa ya, por Dios.
Defina a la alcaldesa en tres palabras.
Buena, bonita, barata.
¿Cuántas personas saben la verdadera identidad del doctor Perol?
Muchas. Pero se olvidan de mí al momento y ni siquiera me dejan una nota al despedirse ni flores en la almohada.
¿Quién es el bufón del Ayuntamiento de Córdoba?
Por vocación un concejal del PP, Ricardo Rojas. Ha hecho del chiste malo su modo de subsistencia política.
¿Qué número de pie tiene usted?
Tengo dos pies.
¿Qué libro está leyendo y cuál fue la última película que fue a ver al cine?
Leo “En Picado”, de Hornby. Y ya no voy al cine, sólo al DVD bajado de internet. Un saludo a los miembros de la SGAE.
Si tuviera que escribir un libro sobre la política de los últimos diez años en esta ciudad, ¿cómo se llamaría?
Lógicamente como subtitulo el blog: “La ciudad de las tres inculturas”.
¿Cree que la libertad de expresión es una quimera y por eso no firma sus artículos con su verdadera identidad?
La libertad de expresión en el articulismo es también cuestión de talento. De talento de los responsables de un medio para reclutar a gente que no sólo sirvan de mercenarios de la línea editorial, y con la voluntad de tener fuertes filtros de calidad que, a su vez, permitan al escritor exigir una aceptable cantidad de dinero por sus textos. O sea, la libertad de expresión en el articulismo pasa por considerarlo una profesión con una función social, ya sea analizar, divulgar o, simplemente, divertir. Pero no se toma en serio por ninguna de las dos partes. La tercera parte de los articulistas cordobeses ya sabes lo que van a decir de antemano, otra tercera parte escribe gratis o casi gratis para engordar su currículum, la otra tercera está vinculada a una institución y debido a la escasez de partidos en el poder no puede criticar casi nada. El nivel ahora mismo es ínfimo en esta ciudad. Falta valentía, falta sarcasmo, falta ironía, falta un análisis que se salga de los lugares comunes. Y ya digo que todo eso parte de los responsables de un medio. La libertad de expresión se encuentra ahora mismo en internet.
¿Cuál es su principal complejo como persona?
No sé andar con tacones.
¿A qué dedica el tiempo libre?
A unos cuantos pecados capitales. Sobre todo a la pereza. Y a la lujuria cuando me dejan.
Ya que no me dice su nombre, dígame su edad, su color de pelo (si es que lo tiene) o su marca de desodorante.
No, que después va la gente olfateando las axilas para ver si coincide.
¿Qué partido se merece un batacazo electoral en las municipales?
Decir todos suena a tópico. Quizá la falta de una oposición inteligente haga que PP y PSOE merezcan perder, sin que IU merezca ganar.
¿Cuál es el asunto más manido y rancio de esta ciudad?
Esta ciudad tiene varios asuntos manidos, como las parcelas o el aeropuerto, como las actividades de mayo o la protección del casco histórico, que se han convertido en cuestiones cíclicas, como artículos de consumo para el poder. Los transforman en publicidad y ocultan los verdaderos problemas de esta ciudad, desde el paro bestial al crecimiento urbanístico incontrolado, además de una situación cada vez más cercana al caos en materia de ruido, contaminación etc.
¿Cuál es el chisme mejor guardado de la política municipal que ha llegado a sus oídos?
Los motivos por los que los políticos siguen en política salidos de sus propias bocas y nada esperanzadores para esos ciudadanos y ciudadanas que también están en sus bocas siempre.
¿Cuándo se casará la alcaldesa?
Confío en vencer mi timidez, pedir su mano pronto y que diga sí para casarnos en el Palacio del Sur el día de su inauguración, en 2067.
¿A quién le dedicaría un pasodoble este carnaval?
A los propios miembros de las chirigotas cordobesas, animándolos a que se dediquen a otra cosa.
Complete esta frase: Los cordobeses somos unos……………….. porque…………………… y si pudiéramos………………… acabaríamos…………….
He tenido que censurarlo todo por emplear un vocabulario inapropiado para el horario infantil.
Si le hicieran director del Diario Córdoba, ¿qué sería lo primero que haría?
Tengo entendido que la situación en Diario Córdoba es idílica. No hay jóvenes sin contrato durante años con sueldos míseros que han de protestar en el Bulevar. Así que dejaría las cosas como están, cuando algo es perfecto mejor no tocarlo. “No la toques ya más, que así es la Rosa”.Como doctor, ¿suele usted ser negligente en sus diagnósticos?
Trato de serlo todo lo posible, y dejar alguna herramienta de la operación en el cuerpo del paciente una vez operado.
¿Disfruta más con la escatología, con la provocación sexual o con el insulto político más o menos irreverente?
Intento que sea un blog irónico, si utiliza alguna vez la escatología, la provocación sexual o el insulto político siempre acompaña a una intención irónica, o bien a una parodia.
¿Cree que hay cosas que no se deban decir? ¿En qué temas (de la política), en su opinión, es mejor callar?
En un mundo ideal, como el de la Sirenita, se debe decir todo. En la realidad están silenciados los problemas más cercanos a la ciudadanía, como por ejemplo el asunto inmobiliario o la naturaleza de multitud de empleos. No digamos ya los detalles del gasto de dinero público, donde conocer las cifras de teléfonos “institucionales” o comidas sería una comedia difícil de asimilar, y son dos asuntos poco graves. También hacer una lista de apellidos relacionando la afiliación a un partido o sindicato y el puesto que se ocupa y dónde se ocupa daría para una tragicomedia. Y conocer qué bancos prestan cantidades a las instituciones y cómo sería la gran película de terror. Pero claro, ahora es todo cine mudo.
Si no fuera doctor, sería…
Una combinación de cofrade, peñista y vecino con una ong, la combinación perfecta para no dar ni golpe en esta ciudad salvo que se sea concejal o delegado de la Junta.
¿Se considera un escritor frustrado?
No, de hecho uno de mis grandes proyectos vitales es no escribir jamás una novela o un ensayo. Poesía a lo mejor, que es cortito y ya no tiene ni que rimar, y caen subvenciones de vez en cuando.
¿Acepta usted las críticas con la misma deportividad con la que espera que se asuman las que usted hace?
Sí, de hecho el sistema de comentarios de un blog está para encontrarte cualquier cosa, desde el elogio al insulto directo.
¿Quién es su enemigo público número uno?
La gente con poder de Córdoba es demasiado mediocre, tiene unas ambiciones de andar por casa, falta un verdadero malvado. Para serlo, además de la falta de escrúpulos común a tantos personajillos de la ciudad, hay que tener talento. Hay algunos que están cerca, los responsables de que un terreno esté un día vacío y al siguiente hay cientos de edificios, pero es algo común en toda España. Tenemos, eso sí, mucho malo cómico, esperpéntico.
Elija un tipo de música: el rock, el rap, la música de cantautor, el heavy, el flamenco o la música clásica.
El rock siempre.
Si mañana le nombraran concejal de Ferias y Festejos, lo primero que haría sería…
Declarar todos los meses como mayo, salvo agosto que nos vamos de vacaciones. Once mayos y un agosto.
Y si le nombraran concejal de Juventud…
No puedo imaginar ya una Córdoba sin la actual concejala de Juventud. Su pérdida sería una tragedia para todos.

Monday, March 12, 2007

Vivir mola

Me estoy haciendo mayor. Lo sé porque me lo dijo el otro día una amiga. Cuando la oí soltarme aquello a bocajarro, he de reconocer que me dio un poco de coraje. ¿Cómo se atreve?, pensé. Supongo que todo el mundo piensa que, aunque cumpla años, nadie se da cuenta y espera que si alguien lo nota tenga la prudencia de callarse. El caso es que mi amiga tiene razón. Ya no soy apta para el carnet joven ni puedo obtener descuentos juveniles en el cine o el teatro. He superado la barrera de los treinta y avanzo lentamente hacia la de los cuarenta. Pero tampoco está tan mal esto de hacerse mayor. Y es que, visto con perspectiva, lo de ser joven es una paliza. Tanto o más que intentar vender que uno es un chavalito más allá de cierta edad. Como cuando, en la prensa, hablamos de creadores, artistas o poetas jóvenes de, al menos, treintaytantos. No sé qué interés general obliga a todo el mundo a creerse joven en contra de la propia evidencia. Ese síndrome Peter Pan del personal me pone nerviosa. ¿Acaso no se dan cuenta de que ser joven es una cosa muy estresante? Y si no, quien pueda, que recuerde ese momento en que se enfrentó a su primer empleo (o la primera beca), la tensión del primer beso o las primeras calabazas. Revivan ustedes el agobio de esperar las notas en la facultad o el instituto, la trascendencia monumental de un simple cambio de peinado, el grano inesperado que sale el día de la fiesta de fin de curso y la tragedia de no encontrar un traje digno para fin de año. Todo eso, visto desde lejos, adquiere un cariz anecdótico que solo es posible cuando uno asume que se hace mayor, que madura, como la fruta. Al fin y al cabo, como dice mi abuela, cumplir años no es más que la demostración de que uno está vivo. Y vivir mola. ¿O no?

Ya no hay aeropuerto

No sé si se han fijado, pero desde que se produjo el derrumbamiento en Santa Marina nadie habla del aeropuerto. Ni del aeropuerto, ni del referéndum ni de esas cosas con las que a diario desayunamos, almorzamos o cenamos y cuya trascendencia real dista mucho de ser trascendente. Lo importante, sin embargo, se nos escapa entre los dedos, y no hablo solo de políticos o periodistas, sino del común de los mortales. Anestesiados estamos todos y nos cuesta emocionarnos con lo que pasa alrededor, no tenemos entrenada la empatía. La prensa, la radio o la televisión son solo el reflejo de la sociedad en que vivimos. Hace tiempo que las tragedias cercanas, ésas cuyas víctimas tienen nombre y apellido conocidos, son las únicas que remueven sensibilidades. Dos muertos en Irak o 200 víctimas de un terremoto en la India son un simple dato tan impersonal que, por más que deseemos que nos afecte, nos deja indiferentes. Desoladora evidencia que he oído comentar mil veces. Cuando un suceso como el desplome del miércoles acontece en una ciudad como la nuestra algo se mueve. Todo el mundo intenta poner cara al que murió, saber qué hacía, conocer detalles de su familia, averiguar si alguna vez se cruzó por nuestro camino o compartió mesa cercana en algún restaurante. "Claro que la conoces, es la mujer rubia y bajita tan graciosa...". "Ah, claro, ya me acuerdo". Es un intento desesperado por resucitar, no el morbo, como piensan muchos, sino el pellizco de dolor que nos estremezca y nos recuerde que somos seres humanos y que estamos vivos. Al fin y al cabo, todos confiamos en que alguien se acuerde de nosotros cuando hayamos muerto, que nos llore. Un segundo, al menos, antes de que el aeropuerto vuelva a ser tema de conversación.

Friday, January 26, 2007

No me entero

Desde que no tengo mando a distancia en la tele del dormitorio (es algo temporal, solo hace falta que le cambie las pilas) vivo condenada a ver anuncios de televisión. Digo bien, los veo, porque no siempre los entiendo. Y mira que me esfuerzo por averiguar qué es lo que me están queriendo decir con esa especie de cortometrajes condensados llenos de símbolos indescifrables. La cuestión es que nada es lo que parece. Si en la pantalla se ve una niña comiendo un yogur y hablando con un chimpancé sobre el tiempo que hace, lo más probable es que se esté anunciando una marca de zapatillas de paño y si de un bosque plagado de setas surge una manada de zorros que se detienen a olfatear una flor, en contra de lo que pudiera dictar el sentido común, es decir, se está publicitando un desodorante, lo cierto es que después de quinientas visualizaciones descubres que el anuncio es de una ranchera que se ve al fondo y casi de pasada. Es muy fuerte. Da la sensación de que los pensadores de la publicidad se afanan en que tú no sepas lo que te quieren vender. En eso, las marcas de deportivas y las de coches se llevan la palma. Mira que dan vueltas a la marrana para decir que sus zapatillas son las más fuertes o sus vehículos los más rápidos. Impresionante. Por si fuera poco aprender a descodificar el arte contemporáneo que se ve en los museos, ahora van los creativos de publicidad y se dedican a complicarnos la vida con mensajes subliminales. Con lo fácil que es recurrir a la técnica del Supersol o el Lidl, que para decir que venden tomates, se limitan a decir que venden tomates. Lógico. Para dos minutos que sale la marca en televisión, no van ellos a andar desperdiciando el tiempo. Eso sí que es tener visión comercial. A ver si aprenden las grandes firmas.